El coco rallado y otras historias de mojitos

Hace tiempo no les comento sobre mis experiencias. Tengo mucho que contar, pero me tuve que sentar a organizar mis pensamientos. Establecer prioridades. Comienzo con esta diatriba.

Detesto el coco rallado. Sea en comida o en bebidas. Lo DETESTO.

¿Cuántos de ustedes han pedido un mojito de coco? Imagino que muchos. También imagino que les llega un vaso lleno de un líquido blanco, con un raquítico pedazo de lima*, un “top” de coco rallado y una “cherry” para rematar. ¿Qué trago no se ve mejor con una “cherry” encima? ¡Hay gente que le mete “cherry” a todo! Hasta un mofongo, si los dejan. Con tallo y al lado del platanutre para “darle altura” al plato.

En algún momento previo a la pandemia visité alguno chinchorros donde pedí un whisky con agua de coco. Algo sencillo. Es bien difícil fastidiar un trago de dos ingredientes. Hasta que le metieron coco rallado. No pude ocultar mi cara de asombro con confusión cuando llegó el trago. En las rondas subsiguientes me aseguré de pedirlo sin el susodicho “garnish.” No lo volví a ver, mi paz mental fue restaurada.

Se han preguntado ustedes: ¿cuál es la utilidad del coco rallado? ¿cuál es el propósito del coco rallado en mi trago? ¿Brinda más sabor a coco? ¿Sabe a algo luego de estar varios minutos sumergido en el trago o termina siendo fibra vegetal sin sabor? Cuando se te mete entre los dientes,  ¿sirve de herramienta para que pidas otra bebida para bajarlo? Mi respuesta: No sé. Tal vez todas las anteriores. Tal vez ninguna de las anteriores.

Estoy seguro que algunos pensarán: que es una estupidez; que cada barra/bartender hace el trago como le da la gana: que cada quien tiene su toque particular; que el coco rallado brinda un “yo no se qué” al trago; que se comen el coco rayado como snack y así eviten ordenar picadera; y no sé qué más. Puede que tengan razón, pero la realidad es que no me gusta en mis bebidas.

Ya que comencé hablando del coco y prometí hablar de mojitos les traigo esta experiencia de hace unos años.

Paraba yo en algún chinchorro entre la ciudad y el campo buscando un delicioso almuerzo de “troquero” y una bebida bien fría hecha con ron (tal vez dos bebidas). Sentado en la barra me atiende el bartender de turno muy amablemente. Me ofrece el menú y pregunta qué deseo tomar. Le respondo que un mojito de coco. El bartender procede a prepararlo de inmediato.

En mi eterna curiosidad, no le pierdo ni pie ni pisada el bartender. Sigo con ojo de águila cada paso, cada ingrediente que utiliza, cada onza de líquido que vierte en lo que será mi bebida.

Toma un ron blanco. Normal. Luego un ron de coco. ¡Oh! ¡Un twist! ¿Más sabor? Pedazos de lima y hojas de hierbabuena.** Vamos. Sin estos tres ingredientes no hay mojito, ¿verdad? Sigue con crema de coco, Obvio. Si no lo veo cuestionaría si es de coco. Aquí la cosa toma un giro inesperado… ¿Les dije que había ron, limón e hierbabuena, pero ¿azúcar? ¿Cuando viene la maceración? O sea, ¿cuándo le dan maceta a los limones con la hojas?

La maceración nunca llegó. Lo que siguió fue un chorro de algún “sour mix.” ¡Oh, no! ¡El horror! Pero no termina ahí. Encima le fue un chorro de refresco de lima-limón y un poco de agua de coco. ¿Cómo? Ya saben, para “acentuar” el sabor del coco. (Quiero imaginar.) No podía faltar un “garnish” de coco rallado y la “cherry.”

La conclusión: un “mojito.” No fue agradable. Terminé pidiendo una cerveza luego. Al menos la comida estuvo muy rica. #positivo

Por lo menos no le metió crema batida (whipped cream). He visto las fotos. He llorado. Que tristeza siento solo de pensarlo. Un minuto de silencio por esos mojitos decorados como batidas de kiosko de mantecado. #sigopositivo

Cuando de mojitos se trata, mi consejo es: simple, sencillo, ingredientes naturales. No siempre se tiene que llenar el vaso de muchos ingredientes para hacer un buen trago.

No se ofenda, ni tome muy personal nada de lo expresado aquí. Tómese lo que quiera como quiera.

Hasta la próxima.

 

 

*Limón verde, no entraremos en ese debate en este momento.

**Tal vez menta (peppermint). No soy botánico para detectar la diferencia a la distancia